La timidez es un sentimiento universal que, en mayor o menor medida, todas las personas experimentamos.
Un cierto grado de ansiedad social es normal e incluso útil; gracias a ello generamos una activación adaptativa que nos permite comportarnos de manera adecuada (cautelosa, preocupada), ante relaciones interpersonales y situaciones nuevas o importantes.
La mayoría de nosotros ha experimentado esta ansiedad social en situaciones puntuales y esporádicas, sin embargo para las personas tímidas estos episodios son más frecuentes, son vivenciados de manera más intensa y con mayor sufrimiento.
Las personas tímidas tienen la tendencia a evitar interacciones sociales y a fracasar a la hora de participar en ellas, presentan un miedo desproporcionado a la evaluación negativa de los demás, se sienten inferiores y juzgan al otro como superior.
Debido a esto, temen toda situación que les implique tener que exponerse, como por ejemplo: leer frente a otras personas, hacer una pregunta o expresar una opinión; sienten que las otras personas los pueden considerarles incapaces, torpes, o tontos.
Esto se acompaña de una «auto-observación» y crítica permanente del propio comportamiento.
Las personas tímidas se atribuyen a sí mismas la culpa por los fracasos y, por el contrario, suelen atribuir su éxito a circunstancias ajenas como la suerte o la intervención de terceros.
Por otra parte, generalmente tienen una gran necesidad de ser queridos y aceptados y sienten miedo a ser rechazados, motivo por el cual suelen mostrarse sumisos y constantemente conciliadores.
Todo esto genera sentimientos de incomodidad, una mayor inhibición social, infelicidad y pérdida de oportunidades en distintos ámbitos de desarrollo (académico, laboral, de pareja, etc.).
Respecto a los factores desencadenantes de este problema, las investigaciones realizadas sobre competencia social permiten afirmar que las relaciones entre iguales en la infancia contribuyen significativamente al desarrollo del adecuado funcionamiento interpersonal; y proporcionan oportunidades únicas para el aprendizaje de habilidades sociales específicas que no pueden lograrse fácilmente de otra manera, ni en otros momentos.
Se ha visto que la predisposición biológica sería un factor gravitante solo en las primeras experiencias sociales, y que las vivencias de aprendizaje social lograrían modificar las pautas de conducta genéticamente determinadas.
Numerosos comportamientos se pueden adquirir a través del aprendizaje social y mediante la observación de modelos, de forma que padres extravertidos pueden modelar conductas socialmente exitosas en sus hijos.
En este sentido, se plantea que los niños tímidos, probablemente serán adultos tímidos, si no se les estimula socialmente, en el momento indicado.
También se ha visto que experiencias como el rechazo del grupo de pares en la edad escolar o el padecimiento de enfermedades o anomalías que afectan la imagen física, pueden incidir en el origen y mantenimiento de la timidez.
Por último, las investigaciones señalan a la timidez como un factor preponderante en el desarrollo de trastornos psicológicos en la infancia, adolescencia y edad adulta, como la fobia social, la depresión, la personalidad evitativa, y los trastornos por dependencia a alcohol o drogas (utilizados como mecanismos compensatorios para desinhibirse).
Por todo lo anterior se recomienda que el tratamiento (principalmente psicoterapéutico) se realice lo más precozmente posible, ya que la timidez -además de restringir las posibilidades de desarrollo y éxito de las personas- puede ser causa, o factor desencadenante de otros problemas psicológicos más graves.
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