Cuando una persona piensa en la probabilidad de probar drogas es usualmente una decisión voluntaria: «¿quizás debiera probar cómo es?», o “debería hacerle caso a mi compadre”, o “solo quiero sentirme bien y olvidar mis problemas”. Desgraciadamente esa puede ser la última vez que usted logre realmente decidir voluntariamente su conducta.
La mayoría de las drogas de abuso (incluyendo la nicotina, alcohol, marihuana, cocaína, heroína, entre otras) activa una parte del cerebro llamado el sistema de recompensa, esta activación es responsable de la sensación de bienestar pasajero que generan las drogas; pero también es responsable de los deseos irrefrenables de repetir el consumo.
Las investigaciones científicas han demostrado que las drogas literalmente cambian la estructura del cerebro. El uso prolongado de una droga modifica el sistema de recompensas del cerebro, de forma que llega un momento en que ya no existe la posibilidad de decidir voluntariamente el detener o no el consumo, y ya no se logra experimentar otros placeres de manera natural (como se vivenciaban antes del inicio del consumo).
La adicción a drogas es una enfermedad crónica, caracterizada por recaídas, búsqueda compulsiva y a menudo incontrolable de la droga; y mantención del su uso, no obstante las consecuencias negativas para la persona.
El adicto es una persona que perdió la capacidad de elegir como vivir su vida; progresivamente se integra a una “cultura” caracterizada por el consumo y el predominio de valores que, por lo general, son diferentes a los valores que compartía antes de convertirse en adicto.
Estas personas desarrollan una manera particular de relacionarse con los demás, así como de expresar su sexualidad, su enojo, sus penas y afectos, y en general su subjetividad. Su funcionamiento es inmediatista, irracional e inestable emocionalmente, lo que tiende a perpetuar el comportamiento adictivo.
Se han identificado diversos mecanismos de defensa utilizados por las personas que sufren una adicción para tratar de negar su realidad, no enfrentar la problemática de su adicción, y no enfrentar las consecuencias que la misma tiene para su vida. A través de este «auto-engaño» desarrollan la capacidad de negación, manipulación, victimización, minimización de los hechos y maximización de los eventos, siempre en función de justificar su consumo.
Los integrantes del núcleo familiar frecuentemente son los más afectados por estas conductas adictivas y pueden desarrollar sentimientos de culpabilidad e impotencia.
Muchas veces ocurre que la persona más cercana afectivamente al individuo que sufre de la adicción (generalmente uno de los padres o la pareja) desarrolle una co-dependencia . Esta persona se siente encargada de mantener la unidad familiar a pesar de los conflictos generados por la adicción de su ser querido, hace lo posible por mantener la estabilidad del sistema y muchas veces intenta minimizar las consecuencias generadas por la droga; pero a largo plazo sólo empeora el conflicto.
Sin duda el trastorno adictivo es una enfermedad grave, progresiva y crónica, que requiere un tratamiento especializado.
Hay que atreverse a observar las propias conductas y las de nuestros seres queridos y, si tenemos dudas o alguna sospecha de la existencia de un consumo de drogas, no hay que vacilar en buscar la ayuda profesional que permita plantear el diagnóstico y tratamiento adecuado.
Autor: Psicóloga Bárbara Serra Wilkens
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