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COVID, Salud Mental y Vulnerabilidad

Experiencia

Si bien todos podemos experimentar problemas de salud mental, este riesgo no se distribuye equitativamente en la sociedad, quienes enfrentan las mayores desventajas sociales también enfrentan un mayor riesgo para su salud mental.

Este vínculo entre pobreza y salud mental ha sido reconocido por muchos años y está bien evidenciado. La Organización Mundial de la Salud ya en el año 2014 publicó un completo estudio de “Los Determinantes Sociales de la Salud Mental”, que resume la evidencia de investigaciones de todas partes del mundo a este respecto. De acuerdo con la OMS, el riesgo para la salud mental asociado a las dificultades económicas comienza temprano en la vida, los niños y adolescentes con desventajas socioeconómicas tienen dos o tres veces más probabilidades de desarrollar problemas de salud mental.

Un estudio a largo plazo que se está llevando a cabo en el Reino Unido desde marzo de 2020, «Coronavirus: salud mental en la pandemia», ha demostrado que la mayor distribución de infecciones y muertes en los sectores más vulnerables de la sociedad y el impacto socioeconómico a más largo plazo, están intensificando las desigualdades financieras que contribuyen al aumento de la prevalencia y distribución desigual de las enfermedades mentales.

Dentro de los factores sociales más determinantes para la salud mental está el empleo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha descrito cómo la pérdida de empleo tiene un impacto negativo traumático e inmediato en la salud mental, asociándose a diversas formas de angustia, ansiedad, síntomas psicosomáticos y caídas en el bienestar subjetivo y la autoestima. La OCDE señala además que se producen más daños cuando el desempleo continúa a largo plazo, pudiendo asociarse a enfermedades crónicas de Salud Mental.

En un artículo publicado en la revista Lancet de Junio (Gunner y Cols.) indica que los efectos sobre la salud mental asociados a la pandemia por coronavirus, específicamente debido al deterioro de la economía con altas tasas de desempleo, podrían ser profundos, y existirían evidencias históricas de que las tasas de suicidio aumentarán globalmente. Los expertos concluyen que las estrategias de prevención del suicidio necesitan ser consideradas urgentemente a nivel mundial, y deben extenderse mucho más allá de las políticas y prácticas generales de salud mental.

Desgraciadamente, de acuerdo con la ILO (International Labor Organization) 25 millones de puestos de trabajo podrían perderse a nivel mundial en esta pandemia. En nuestro país, las cifras de desempleo han aumentado progresivamente (11% de acuerdo con Centro de Encuesta Longitudinales UC) y probablemente seguirán empeorando, en la medida que las empresas acogidas a la Ley de Protección al Empleo no puedan reincorporar a sus trabajadores, lo que contribuirá a intensificar la crisis social y económica de los sectores más desposeídos.

El camino que tenemos por delante en Chile será largo y aciago, todavía tendremos que sobrevivir a la crisis sanitaria para luego transitar a través de la profunda crisis social que seguirá, ambos trances se acompañarán de un seguro deterioro las cifras de enfermedades de salud mental. Tal como lo anuncian los estudios internacionales, los sectores más vulnerables socialmente serán también los más propensos a presentar estas patologías. Todavía no sabemos si la pandemia de COVID-19 afectará nuestras tasas de suicidio, pero sí sabemos que es un riesgo real, y que las instituciones de salud públicas como las privadas, deberíamos ya estar tomando medidas efectivas y sustentables para controlar los efectos del deterioro generalizado de la salud mental de los chilenos que se avecina.

Dra. Claudia Barrera
Médico psiquiatra y Gerenta General de Grupo Cetep